Vidriera
Inauguración 12 de octubre a las 17h
Del 12 de octubre al 30 de noviembre

Capitana María Remedios del Valle Rosas, aquí están tus retratos que la Patria te debía. Tu color, tu esclavitud, tu pobreza y tu condición de mujer hicieron que tu amada Patria se olvidara de vos.
Mamá negra, mamá negra, mamá negra.
Así te empezaron a decir en las batallas y desde entonces fuiste la madre de nuestra patria incipiente. Nada pudo quebrar tu espíritu, ni los balazos, ni ser prisionera, ni las heridas de batalla… Te sobrepusiste a todo, firme y valiente.
Desde el 6 de julio de 1810, junto a tu marido y tus dos hijos, partiste a la primera expedición destinada al Alto Perú. ¡Qué gran dolor! Allí los tres murieron en combate. Continuaste sirviendo como auxiliadora en la derrota de Huaqui, en julio de 1811. Viviste los trágicos sucesos de la retirada del Alto Perú y, luego, el éxodo jujeño. En vísperas de la batalla de Tucumán te presentaste ante el general Manuel Belgrano para solicitarle que te permitiera atender a los heridos en las primeras líneas de combate. Belgrano, reacio por razones de disciplina a la presencia de mujeres entre sus tropas, te negó el permiso, pero al iniciarse la lucha no pudiste frenar tu bravura, llegaste al frente alentando y asistiendo a los soldados quienes comenzaron a llamarte la Madre de la Patria. Ante tanta valentía Belgrano no pudo menos que nombrarte capitana de su ejército.
Combatiste en las gloriosas victorias de Tucumán y Salta, y en las trágicas derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. En los manuales Kapelusz nos mostraban las niñas de Ayohuma cándidas, inocentes, esbeltas, rozagantes, repartiendo con alegría el agua que beberían los soldados. Nada más lejos de tu realidad, nunca fuiste una de esas niñas. Vos, negra, herida, pisando la sangre y las vísceras.
Desde el campo de prisioneros ayudaste a huir a varios oficiales patriotas, y lograste fugarte de tus verdugos y reintegrarte a la lucha contra el enemigo. Tú expediente señala, entre otras cosas, que estuviste siete veces en capilla, es decir, a punto de ser fusilada y que a lo largo de tu carrera militar recibiste ocho heridas graves de bala.
Finalizada la guerra y ya anciana, regresaste a la ciudad de Buenos Aires, donde te encontraste reducida a la mendicidad. Frecuentabas los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) ofreciendo pasteles o mendigando. Te hacías llamar «la Capitana» y mostrabas las cicatrices de los brazos, relatando que las había recibido en la Guerra de la Independencia, consiguiendo solo que quienes te oían pensaran que estaba loca o senil.
Fue entonces que se cruzó en tu camino el General Juan José Viamonte, quien te reconoció inmediatamente, y junto con Tomás Manuel de Anchorena y el diputado Ceferino Lagos, comenzaron la difícil lucha para que las autoridades de Buenos Aires te reconocieran el grado de capitana, con el sueldo correspondiente. Lograron su cometido el 15 de Marzo de 1827 y se votó para crear una comisión que componga tu biografía y que se haga un monumento.
Tantos papeles, tantas palabras laudatorias se tradujeron en 30 míseros pesos mensuales. Años después, Juan Manuel de Rosas te integró a la plana mayor inactiva, como retirada, con el grado de sargento mayor, donde tu sueldo aumento más del 600 %. Por ello, decidiste adoptar un nuevo nombre en señal de gratitud: Remedios Rosas. Así figuró en la revista de grados militares hasta tu muerte, en noviembre de 1847.

Gracias María,
Gracias Capitana,
Gracias Madre de la Patria.

Patricia Ciochini