Inauguración: 06.04.24
De 17:00 a 20:00h
Sala C

 

El telón es una gran mancha arriba y abajo de una línea de horizonte sinuosa, casi una reacción atmosférica a la lectura de un libro sobre el desierto. Sin embargo, el puntapié para esta pintura fue un programa de TV en el que Daniel Santoro y María Moreno conversaban sobre el cuadro La vuelta del malón de Ángel Della Valle, pintado a fines del siglo XIX. En un momento del episodio, y mediante un truco de edición, el paisaje que está detrás del malón de indios tomaba el protagonismo de la pantalla; se mostraba vacío, sin figuras y bañado por un filtro rojo. Parecía estar bajo el efecto de una resolana o ser la pampa con ese aspecto extraño asumido a menudo por el humo de la quema de alguna parte al atardecer, como observó un acuarelista escocés. Fátima Pecci Carou detuvo la reproducción del programa en ese instante enrojecido, fijó el color y esa apariencia rara de la obra tan famosa, tan vista, para pintar ella misma un desierto en 17 metros. El mayor milagro en el desierto es el pasaje del día a la noche y viceversa. Quienes transitan estos lugares, si aún no lo saben, aprenden a ver en los cambios de la luz las hebras de la Historia.

La pintura de Della Valle dialoga con La cautiva, ese poema épico de Esteban Echeverría, también del siglo XIX. El texto no fue el primero de las letras del Río de la Plata en tratar el tema del rapto de la mujer blanca, pero sí el que volvió apelativo —una expresión por la que puede ser llamada— el adjetivo que antes sólo la calificaba. El nombre de pila de la heroína, María (quien se libera de su cautiverio para rescatar, puñal en mano, a su esposo prisionero en las tolderías), se disuelve entre las rimas y tiende a ser olvidado. El entorno, en cambio, se hace de un cuerpo y un nombre, se llama El Desierto, y se despliega como un personaje más. Su descripción gana en relevancia al relato de los esposos, su solo acontecer es el drama principal del poema.

A partir de revisitar esas dos obras, el cuadro y el poema, Pecci Carou se involucra por primera vez con temas de literatura para esta nueva exhibición en el Centro de Arte de la UNLP. El ingreso de la ficción le permite explorar desde el color y la cobertura de grandes superficies; habilita, aunque suene paradójico, la suspensión de los asuntos narrativos al interior de la pintura y el desplazamiento desde la figuración hacia zonas de mayor abstracción. La instalación que ocupa esta sala se desvía de las condiciones del realismo, mucho más presente en las series anteriores de la artista, aunque sin abandonar la impronta que tiene el tema en su producción como eje organizador del procedimiento de trabajo y de la presentación al público. Es en continuidad con su interés siempre manifiesto por los temas de la historia argentina, en particular, por la historia de las mujeres, y su sensibilidad hacia las realidades cotidianas de ellas (desde el trabajo invisible o precarizado, a la maternidad, y la denuncia de la trata y los femicidios), que la artista llega a la cautiva y al desierto, tópicos fundadores del imaginario nacional.

En cuanto al soporte, no es la primera vez que Fátima va más allá de los cuadros. En 2022 presentó una serie de banderas y estandartes que colgaban en mástiles y en 2019, pintó sobre un biombo de madera. En esta instalación, el objeto —la materia de la realidad— ingresa como resto de ese diálogo desplazado con el realismo. Las cabelleras largas de las mujeres, antes pintadas, ahora cuelgan del techo en trenzas falsas, apliques de pelo comprados en el cotillón. De color rubio natural, rojo o violeta, son las que usan las cosplayer para completar sus atuendos, y las mismas formas trenzadas que ordenan las cabezas de las chinas en los ranchos. Si en la obra de Pecci Carou suelen tener lugar elementos que sintetizan tradiciones discordantes, o sin relación aparente entre sí, reuniéndolas, en este caso, el aplique sugiere el disfraz, la fantasía de quien se viste como sus personajes favoritos. Superpuestas al desierto las trenzas invitan a hacer cosplay de María, de Lucía Miranda, de Marta Riquelme o de otras cautivas que lo habitan en los libros. Muchas veces en esas páginas el rapto se cuenta con el pelo que se suelta por la pérdida del lazo que ataba el peinado (y que unía a la mujer a la sociedad de los blancos); también, se reitera el corte al ras de los cabellos como una de las mayores violencias sobre las cautivas. La historia del arte se hace eco y representa en la pintura sus crenchas enmarañadas al viento, encima de los  hombros desnudos: son el símbolo velado de la violación de sus cuerpos.

Sobre el telón se proyecta un video en el que se ve —y se escucha— a Fátima leyendo pasajes de textos literarios y críticos, clásicos y contemporáneos, sobre historias de cautivas y malones. Ella lee sin parar, tomando distintas poses, y los libros se acumulan. La acción se extiende en el tiempo; si la pintura la ejecutaba con pincelada voraz, en la lectura, la artista se demora. El desierto es vasto en su voz, a la vez que repetido, transitado por viajeros que conversan sobre otros libros y pueblan la huella con sus palabras raras, blancas y políglotas. El paisaje se dice demasiado extenso para la mirada que gira en vano y la literatura sobre el tema, también es mucha, inagotable, como un correlato. Es imposible leer todos los libros del desierto, por eso la acción del video tiene algo de tenacidad y de absurdo. La lectora es la figura que trae a la obra lo escrito por otros y otras y, a la vez, es una toma de posición que pausa la producción de nuevos enunciados, que ante la pregunta sobre qué hacer con la tradición, responde: por ahora, leerla.

Después de bocetar decenas de rostros de cautivas en papeles que descarta, Fátima es cautivada, ella misma, por el paisaje. Pinta el desierto en la mayor escala que le cabe a su cotidiano, en un intento por describir el escenario donde ocurre lo que todavía es inenarrable. La pintura es, para ella, herramienta de la urgencia; urge darle una imagen a lo inconmensurable y a lo áspero que rodea. Pero el desierto no actúa en esta obra como metáfora de una realidad empobrecida, ni tampoco busca emparentarse con el aspecto de ese siglo XIX al que se retrotraen los discursos oficiales. La tela en su anchur es una bandera donde se agita el presente de Argentina, en su profunda crisis humana. ¿Qué otra cosa podría hacer la pintura en este momento más que ofrecer un lugar donde fijar la mirada? Para vencer el mareo del ojo en el vacío. Palpar la pared que está por detrás y ahí un contorno, el inicio de un acá estamos.

Belén Coluccio. Marzo de 2024

 

Fátima Pecci Carou (1984, Buenos Aires, Argentina). Licenciada en Artes Visuales por la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA). Estudió Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Complementó su formación en el Centro de Investigaciones Artísticas (CIA, 2015) y en las clínicas de obra ABE-ELE, coordinadas por los curadores Javier Villa y Carla Barbero (2020) y Ana Gallardo (2013- 2015). En 2019 fue nominada a las becas Cisneros Fontanals Art Foundation (CIFO) – Grants & Commis. En 2020 fue invitada a la 12a. Bienal de Mercosur de Porto Alegre, con curaduría de Andrea Giunta. Ha obtenido el Premio Adquisición de Artes Visuales 8M (Centro Cultural Kirchner–Palais de Glace 2021); el Premio en Obra–Barrio Joven (ArteBA, Galería Piedras 2018) y el 1er. Premio Adquisición en Salón Nacional de Pintura de Santa Fe, 2019.

Belén Coluccio. Curadora e historiadora del arte por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Desde 2021 integra la Dirección Nacional de Museos de la Secretaría de Cultura de la Nación. Entre 2020 y 2023 fundó y co-dirigió LAR-local de artes recientes, residencia artística y espacio de exhibición dedicado a las prácticas contemporáneas donde se desarrollaron más de 90 proyectos. Se desempeñó como asistente de curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en las exhibiciones Sergio De Loof: ¿Sentiste hablar de mí? y Una historia de la imaginación en la Argentina. Entre sus trabajos en curaduría en otras instituciones se destacan La cueva del sueño del artista Alfredo Frías (Constitución galería), Exhibición fundamental de arte argentino en los libros de la poesía y la ficción (con Juan Cruz Pedroni, LAR) y Intus Foris de Cinthia de Levie (Ausstellungsraum Klingental, Basel). Es autora del libro Museos Nacionales: desde sus orígenes hasta el presente y de diversos textos críticos y biográficos sobre artistas argentinos. Como performer y coreógrafa ha trabajado en la Bienal de Performance-BP21, en el Museo Macro de Rosario y en el Centro Cultural Rojas.